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La obra más reconocidas
Aunque lo más visible de la calidad de una animación son el detalle y belleza de los fondos, nada
como fijarse en los personajes para valorarla. Si alguien duda de que Miyazaki es el gran animador
de nuestro tiempo, puede descubrir su error fijándose en cualquier de los personajes que
protagonizan esta difusa historia sobre maldiciones y malditos. Una de ellas es Sophie, una joven
condenada a tener la apariencia de un anciana pero, en cuya expresividad, mirada, carácter y
movimientos, se refleja su identidad juvenil. El otro es el propio castillo que da nombre a la
cinta, todo un personaje convertido en una flotante isleta metálica cuya capacidad, no ya para
moverse, sino para transformarse por completo, es un juego y una continua exhibición animada.
Adaptación de la novela de Diana Wynne Jones, ‘El castillo ambulante’ es la película más típicamente
mágica de Miyazaki. Una historia de magos, reinos, brujas y hechizos que romper
.
Como toda historia de Miyazaki, el paso a la maduración personal de una joven es el punto central de
esta historia, por mucho que Nicky sea, como el título adelanta, una bruja. Adaptación del libro de
Eiko Kadona, la historia nos lleva a un mundo donde cada pueblo tiene una bruja local. Una tradición
que empieza a flojear debido a la falta de ellas. La protagonista, recién cumplidos los trece años,
debe encontrar sola su población y hacer valer sus habilidades. El problema es que llega a una gran
ciudad que se preocupa poco por magia. El talento de Nicky es volar por lo que pondrá un negocio de
mensajería. Por el camino, Nicky descubrirá la pintura, el egoísmo infantil, la naturaleza y el
asombro. Nosotros lo haremos de su lado en una de las películas más desenfadadas y apacibles de
Miyazaki. Eso sí, hay un viaje en bici voladora y un clímax final que ya lo querría igual cualquier
obra de acción actual.
La película más larga de Miyazaki es también su historia más densa y poblada. Cuenta la historia de
un joven, al que maldice un demonio, que viajará a una zona en guerra entre humanos y naturaleza
para salvar su vida. Más que nunca, Miyazaki afronta su vertiente más ecologista, reviviendo a los
dioses del bosque de los mitos japoneses y mezclándolos con una de sus heroínas más carismáticas, la
niña lobo que da nombre a la película. Pero no menos fascinante es la aldea de fabricantes del
hierro, gobernada por un matriarcado de exprostitutas y con tecnología fabricada por leprosos. Todo
es rico, imaginativo y sorprendente en el cuento de mayor contenido bélico y violento de Miyazaki.
Pero si algo brilla sobre todo es la capacidad del japonés para reflejar la oscuridad del mundo
manteniendo siempre la pasión por la vida. Así lo refleja una de las frases más conocidas de la
película: “La vida es sufrimiento y dificultades, el mundo y el hombre están malditos, pero aun así
insistimos en vivir”
Si Miyazaki realizó con ‘La princesa Mononoke’ su gran batalla "naturaleza vs humanidad", esta es la
versión de Takahata. Y lo cierto es que es, a la vez, mucho más realista y también increíblemente
disparatada. Los mapaches japoneses, cuentan las leyendas, son capaces de transformarse para engañar
a los que se adentran en los bosques. Con esa premisa, y también la de sus enormes escrotos (sí, con
dos grandes bolsas testiculares se les representa popularmente), Takahata nos narra la lucha de la
secreta sociedad mapache por proteger su bosque de la construcción de una Tokio en constante
crecimiento. Para ello, dominarán el arte de la transformación sin más límite que la creatividad de
la animación del estudio. Los mapaches se convertirán en todo tipo de elementos, desde otros
animales a fantasmas gigantes, sin olvidar a los seres humanos, para conseguir su objetivo. Al
contrario que Miyazaki, cuyas obras son muy similares entre sí, Takahata sorprende buscando nuevos
tonos, géneros e imaginarios visuales en cada película que emprende. ‘Pompoko’ y sus mapaches
transformistas quizás formen la película más imaginativa, por cantidad y variedad de ideas, de todo
Ghibli.
Como ‘Mi vecino Totoro’, ‘Ponyo en el acantilado’ nos vuelve a traer al Miyazaki más infantil. Pero
que esto no suene negativo, como el clásico por excelencia del estudio, la historia de Sosuke y
Ponyo es un recital de imaginación y aventura. Pocos cineastas en el mundo saben narrar con la
sencillez, la capacidad de síntesis y limpieza del japonés. Aquí reinventa la sirenita, dejando poco
más que dos niños jugando. Apartando a un lado los líos cursis entre príncipes y princesas, Miyazaki
se centra en el verdadero corazón de la historia, la convivencia entre los dos mundos que separan a
los protagonistas. Mientras que superan la distancia que los separa, ver a Ponyo correr sobre las
olas a toda velocidad bien merece resucitar al niño que deberíamos seguir llevando dentro.
Si hay una película que simbolice al Studio Ghibli es esta. Historia corta, sencilla, fluida y
encantadora que cuenta la aventura de dos niñas acostumbrándose a su nuevo hogar mientras su madre
está hospitalizada. De nuevo, nos encontramos con el paisaje rural como fuente de belleza y
misterio, pero si hay algo que destaca de esta película es su diseño de dos personajes. Las niñas,
que aún tienen la bendita capacidad infantil de creer en la magia, son capaces de ver e interactuar
con Totoro, el rey del bosque. Las interacciones con la mítica criatura son fuente de gags tan
impresionantes como el de la lluvia en la parada de autobús, todo un derroche de tempo cómico. Pero
tampoco nos podemos olvidar del Gatobús, una criatura fascinante que nos recuerda al felino de
'Alicia en el País de las maravillas', adaptado como transporte público. Aunque podríamos nombrar
varias en este grupo ‘Mi vecino Totoro’ es la mejor película infantil de Ghibli, en el mejor sentido
de la palabra. Es fresca, sencilla y su dramatismo siempre guarda un toque divertido. Pero
tranquilos, que si queremos buscar profundidad y grandes lecciones vitales en los ronquidos de
Tororo, las encontraremos.
Hayao Miyazaki
Ghibli nos ha hecho volar a todos durante décadas. Su máxima exigencia artística, su apuesta por
mantener la creación artesanal de la animación (lo digital solo puede alcanzar un 10% de la
cinta), y su rechazo a crear secuelas o convertir sus éxitos en sagas sacacuartos les ha
convertido en el mejor estudio de animación de las últimas décadas. Cuesta imaginar cómo
veríamos y apreciaríamos en Argentina en general sin sus excepcionales trabajos, que
tiraron todas las barreras geográficas a base de una maestría, oficio, arte y emoción universal.
Sin Miyazaki, Takahata y sus compañeros no nos cabe duda de que el panorama del anime sería muy
diferente. Incluso nos extrañaría ver la cantidad de series anime que tiene Netflix o las que se
encuentran entre las mejores series anime en Amazon Prime Video si Ghibli no hubiese hecho
crecer a ya más de una generación con la animación japonesa. Sin Miyazaki quizás no
existiría la plataforma especializada en anime Crunchyroll.
Hablamos de obras únicas, para todo tipo de público, repletas de grandes enseñanzas sin forzar
lo políticamente correcto, ecologistas, feministas y, por encima de todo, apasionantes, así es
el cine del Studio Ghibli.